Adela Úcar, la sustituta de la conocida Samantha Villar, decide pasar tres semanas en el circo Wonderland con el objetivo de darnos a conocer este peculiar mundillo, algo cerrado, y también de entrenar para actuar el último día; muy ambicioso, sí señor.
El reportaje nos muestra una gran familia, como siempre se ha vivido el Circo clásico, el itinerante. Una especie de clan en el que todos trabajan para todos y se protegen entre sí, porque saben que del esfuerzo común dependen el éxito y su sustento. Nos muestra también cómo es una profesión que, una vez que la eliges, te aferras a ella y no la sueltas, aunque sepas que va a conllevar una vida de sacrificios y trashumancia. Es típico el caso de la gente que entra en el circo y no sale, como la mujer que acompaña a Adela estos días. Raro es el caso contrario, el que, una vez mamada (con perdón) la esencia del circo, decide salirse. Y es que el circo engancha. Que me lo digan a mí, que todo empezó como un hobby y aquí estoy, escribiendo y aprendiendo.
No hay que perder de vista que estamos siempre dentro del llamado circo clásico, no siempre receptivo a las nuevas corrientes artísticas que lo mueven de vez en cuando. Es conocido su hermetismo y su rivalidad con el "circo contemporáneo" (si es que eso existe de veras). He podido leer algunas columnas de lo más desagradables entre estos dos supuestos bandos sobre temas como el uso o no de animales, los galardonados por premios de circo o la dirección de festivales de circo en ciudades manchegas; de lo más sorprendente para alguien ajeno a este mundo hasta hace poco.
Lo bueno del reportaje es que el circo que nos muestra es accesible y afable, cerrado en parte, pero no hermético. Con sus toques machistas (el discurso sobre las preferencias en el número de parejas sentimentales de su hijo o hija no tiene precio) y exigentes. Y me gusta que se demuestre lo que se trabaja y se suda esa profesión, por que a veces el público no es consciente de las horas y la gente que hay detrás de cada espectáculo. El circo es sacrificio, pero también satisfacción, sin duda.
Adela tantea las diversas disciplinas con optimismo, como si en 21 días se pudiera aprender lo básico de todas. Su ingenuidad nos viene bien para conocer un poco cada una. Ser malabarista exige muchas horas y agacharse otras tantas veces, encima no es muy agradecida por el público, aún no sé bien por qué. Lo de ser domadora es otra cosa, por muy amaestrados que estén esos animales y por muy en contra que haya gente de este espectáculo, hay que reconocerse su parte de mérito. Yo no estaría muy tranquilo en esa jaula, y menos con un italiano al lado gritándome que tenga cuidado.
Más atrevido me ha parecido lo de intentar ser payaso. Creo que está algo devaluada esa profesión por los malos artistas y por haberse integrado en el vocabulario popular como algo peyorativo. Cuando uno ve a un gran payaso se da cuenta de lo tremendamente dificil que es. Cada persona tiene un payaso y se puede tardar una vida en perfilar todos sus matices, es como un alter-ego. Lástima que muchos no lleguen a verlo.
Aunque quizá las que peor paradas salen son de telas aéreas. Si bien es una disciplina que requiere un gran componente físico (he visto entrenar a la aerealistas y me pareció espartano), también es cierto que es muy agradecida cara al público. Cada vez que paras y pones una pose el público va a aplaudir inmediatamente, y es dificil valorar la dificultad del ejercicio que se está viendo. Aun así, no quiero quitarle méritos a Adela, trabaja duro y consigue actuar, con lo que eso supone. Mis felicitaciones por invitarnos a pasar 21 días en un circo clásico. Por abrirnos ese telón que permite una rendija para mirar ese mundo en ocasiones demasiado encerrado en sí mismo.
Más Información:
- Página de Cuatro sobre 21 días.
- Reportaje previo en ABC.
- Entrevista a Adela Úcar en ETB.
- Página del circo Wonderland.
- Reportaje más breve pero con muchas similitudes de Jessica Cañón para León es así (2 partes).
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