Los directores del recientemente renovado Teatro Pradillo han tenido la buena idea de incluir circo en su programación. Es una apuesta arriesgada, como todo lo que se proponen programar, espectáculos sin complejos siempre alejados de la norma. Habiendo colaborado en los Maratones de Circo del Price, "Al Filo", y como parte de Escena Contemporánea, contactaron con Rolando San Martín para que comisariara con ellos un Ciclo de circo contemporáneo: Tres Pistas. Interesados en esa región del nuevo circo que va por la tangente, que coquetea con la escena teatral y la creación. El objetivo, según Getsemaní San Marcos, una de las directoras (junto a Carlos Marquerie y Fernando Renjifo), es "abrir brecha", traer el circo al teatro; sobre todo esos espectáculos que parecen encontrarse más cómodos en esa red de escenarios alternativos que en una pista. A su vez, esta nueva programación atrae a un público diferente a estas salas y todos parecen salir ganando.
Crida Company. On the Edge (27, 28 y 29 de julio).
Los encargados de abrir ciclo, tras una primera toma de contacto en forma de conciertos allá por mayo, fueron esta compañía franco-catalana. En su versión reducida (Jur Domingo -ella- y Julien Vittecoq -él-), nos mostraron su espectáculo "On the Edge". Como bien dice su nombre, viven al filo, se alojan en lo contemporáneo (esa palabra) para mostrar experimentación pura, sin guiones claros, sin mostrar excesos técnicos (lucirse no está de moda, recuérdenlo) y sin buscar la estética. Ellos refieren buscar "el teatro de los cuerpos". Jur, longilínea y enjuta, parece una suerte de maniquí desarticulado, con mazas como prolongación de sus brazos, de amplia mirada y empeñada en representar lo grotesco para las miradas que atrae. Como bien apunta Javier Vallejo en su crítica, "Jur canta bien pero evita cantar bonito", sorprendiéndonos con una particularísima forma de cantar. Él se muestra más sobrio, menos extremo, salvo en su acrobacia de suelo "agusanada", sabedor de que no es el verdadero foco.
Hay mucho trabajo a dúo, basado en la repetición machacona de algunos patrones, en principio interesantes, pero que acaban deformados de tanto regresar. Éste método es el que parecen seguir en su espacio minimalista, apenas objetos, apenas mobiliario, sólo ellos y su mundo. Se ven bonitas combinaciones como dupla malabarística, mazas para ella, bolas para él, aunque quedan desgastadas por la repetición. Al final se despojan de todo, incluída la ropa y, con el torso desnudo, finalizan su espectáculo mientras el público aún rumia lo que acaba de ver.
MyLaika. Popcorn Machine (3, 4 y 5 de agosto).
De la mítica Fontana de Trevi no brota agua si no cascadas de bolas blancas. Al piano la meolodía se deforma y hay una jaula formada por enchufes, cables e interruptores que conectan diversas luces o aparatos. Así luce el escenario al comenzar Popcorn Machine, en escena: Philine Dahlmann, Salvatore Frasca, Elske van Gelder y Eva Ordóñez Benedetto, reflejo de la actualidad circense, cuatro nacionalidades reunidas en una escuela francesa para un proyecto común. Todo es extraño, excesivo, histriónico e incomprensible. Ellos lo saben, juegan con eso y lo exponen con humor. Popcorn Machine también es una fuente de la que parecen brotar imágenes y escenas absurdas, sin hilo claro. Es un cabaret imposible, lleno de gopes de humor inesperados, quizá porque uno espera más un ambiente de desgarro e incomodidad de estos espectáculos abstractos.
Salvatore es el que acapara más foco. Su personaje es el más cercano a los espectadores, cómplice en su extrañeza, aunque sin dejar de participar en ella. Lleva sobre su estrecho cuerpo la gracia natural de la obra, es simple y algo cobarde, una suerte de augusto que no le impide lucirse en una tremenda rutina de monociclo acrobático (manillar incluído) y acompañar musicalmente con su guitarra.
Destaca también Philine, menuda, fuerte, música versátil capaz de tocar el piano y el chelo eléctrico. Además es una buena ágil en el trepidante mano a mano que ejecuta junto a la tremenda portora Elske, siempre cogidas de los pelos de la otra y enlazando las acrobacias con ritmo y energía. Personajes alocados y perturbados, siempre presentes en estos años, que tienen como claro exponente el personaje de Eva. Es como una versión calma y sosegada de Philine, con una mirada que incomoda más aún. Lástima de lesión que le impidió realizar su número de trapecio a cámara lenta, nos piden disculpas y lo proyectan en vídeo, aunque el final pierde mucha fuerza sin ella. Aún así el espectáculo deja buen sabor de boca, y encima a la salida ofrecen palomitas recién hechas, qué más quieren.
Alba Sarraute. Mirando a Yukali (10, 11 y 12 de agosto)
Lleva un enorme chaquetón con mil bolsillos, un casco azul (de los de la ONU), gafas de soldador, guantes de boxeo, un saxo y grandes zapatos. Alba Sarraute es una payasa, de las de toda la vida, y como tal sabe tocar de maravilla el saxo, cantar, hacer acrobacias y, por supuesto, hacer reír. Aunque para Alba no parece ser suficiente. Magníficamente acompañada del Maestro Roc Sala al piano, nos invitan a la reflexión y al absurdo, a la risa y al contraste de la condición humana. "¿Os sentís diferentes ya? ¿no? Pues bienvenidos a la selva humana", dice su presentación.
Alba quiere una Revolución para todos los que estamos en la realidad, fuera del escenario. Cita a Calderón y a Miguel Hernández; habla de la muerte, de Dios, de las religiones, de las mayorías, de la Selva Amazónica y de "lo contemporáneo". Todo desde el atril que general su presencia y magnetismo; no es para menos, con toda una vida subida al escenario.
Con esa forma de hablar y esos gestos que recuerdan a los de Albert Plà, no tiene problemas en cortar súbitamente una escena graciosa con grases demoledoras sobre guerras, hambre y muertes injustas. Es un mensaje estudiado, de contrapuntos: lo gracioso, lo triste, lo real, lo disparatado. "No habéis entendido nada, ¿verdad?", no pasa nada, es parte de la broma, de lo moderno y lo intelectual. Y así, tocando y cantando estrofas conocidas, Alba se viste en un antistrip-tease y se marcha entre aplausos, aunque según algunos le falten flecos por perfilar.
Contentos con el resultado del ciclo, tanto en crítica como en respuesta del público, los directores del Teatro Pradillo esperan repetir en próximas ocasiones. Bravo por la iniciativa y por el éxito recogido en esta apuesta. Es un buen paso para que el circo siga extendiéndose por estos lares.
Crida Company. On the Edge (27, 28 y 29 de julio).
Los encargados de abrir ciclo, tras una primera toma de contacto en forma de conciertos allá por mayo, fueron esta compañía franco-catalana. En su versión reducida (Jur Domingo -ella- y Julien Vittecoq -él-), nos mostraron su espectáculo "On the Edge". Como bien dice su nombre, viven al filo, se alojan en lo contemporáneo (esa palabra) para mostrar experimentación pura, sin guiones claros, sin mostrar excesos técnicos (lucirse no está de moda, recuérdenlo) y sin buscar la estética. Ellos refieren buscar "el teatro de los cuerpos". Jur, longilínea y enjuta, parece una suerte de maniquí desarticulado, con mazas como prolongación de sus brazos, de amplia mirada y empeñada en representar lo grotesco para las miradas que atrae. Como bien apunta Javier Vallejo en su crítica, "Jur canta bien pero evita cantar bonito", sorprendiéndonos con una particularísima forma de cantar. Él se muestra más sobrio, menos extremo, salvo en su acrobacia de suelo "agusanada", sabedor de que no es el verdadero foco.
Hay mucho trabajo a dúo, basado en la repetición machacona de algunos patrones, en principio interesantes, pero que acaban deformados de tanto regresar. Éste método es el que parecen seguir en su espacio minimalista, apenas objetos, apenas mobiliario, sólo ellos y su mundo. Se ven bonitas combinaciones como dupla malabarística, mazas para ella, bolas para él, aunque quedan desgastadas por la repetición. Al final se despojan de todo, incluída la ropa y, con el torso desnudo, finalizan su espectáculo mientras el público aún rumia lo que acaba de ver.
MyLaika. Popcorn Machine (3, 4 y 5 de agosto).
De la mítica Fontana de Trevi no brota agua si no cascadas de bolas blancas. Al piano la meolodía se deforma y hay una jaula formada por enchufes, cables e interruptores que conectan diversas luces o aparatos. Así luce el escenario al comenzar Popcorn Machine, en escena: Philine Dahlmann, Salvatore Frasca, Elske van Gelder y Eva Ordóñez Benedetto, reflejo de la actualidad circense, cuatro nacionalidades reunidas en una escuela francesa para un proyecto común. Todo es extraño, excesivo, histriónico e incomprensible. Ellos lo saben, juegan con eso y lo exponen con humor. Popcorn Machine también es una fuente de la que parecen brotar imágenes y escenas absurdas, sin hilo claro. Es un cabaret imposible, lleno de gopes de humor inesperados, quizá porque uno espera más un ambiente de desgarro e incomodidad de estos espectáculos abstractos.
Pheline y Elske en Popcorn Machine |
Salvatore es el que acapara más foco. Su personaje es el más cercano a los espectadores, cómplice en su extrañeza, aunque sin dejar de participar en ella. Lleva sobre su estrecho cuerpo la gracia natural de la obra, es simple y algo cobarde, una suerte de augusto que no le impide lucirse en una tremenda rutina de monociclo acrobático (manillar incluído) y acompañar musicalmente con su guitarra.
Destaca también Philine, menuda, fuerte, música versátil capaz de tocar el piano y el chelo eléctrico. Además es una buena ágil en el trepidante mano a mano que ejecuta junto a la tremenda portora Elske, siempre cogidas de los pelos de la otra y enlazando las acrobacias con ritmo y energía. Personajes alocados y perturbados, siempre presentes en estos años, que tienen como claro exponente el personaje de Eva. Es como una versión calma y sosegada de Philine, con una mirada que incomoda más aún. Lástima de lesión que le impidió realizar su número de trapecio a cámara lenta, nos piden disculpas y lo proyectan en vídeo, aunque el final pierde mucha fuerza sin ella. Aún así el espectáculo deja buen sabor de boca, y encima a la salida ofrecen palomitas recién hechas, qué más quieren.
Alba Sarraute. Mirando a Yukali (10, 11 y 12 de agosto)
Lleva un enorme chaquetón con mil bolsillos, un casco azul (de los de la ONU), gafas de soldador, guantes de boxeo, un saxo y grandes zapatos. Alba Sarraute es una payasa, de las de toda la vida, y como tal sabe tocar de maravilla el saxo, cantar, hacer acrobacias y, por supuesto, hacer reír. Aunque para Alba no parece ser suficiente. Magníficamente acompañada del Maestro Roc Sala al piano, nos invitan a la reflexión y al absurdo, a la risa y al contraste de la condición humana. "¿Os sentís diferentes ya? ¿no? Pues bienvenidos a la selva humana", dice su presentación.
Alba quiere una Revolución para todos los que estamos en la realidad, fuera del escenario. Cita a Calderón y a Miguel Hernández; habla de la muerte, de Dios, de las religiones, de las mayorías, de la Selva Amazónica y de "lo contemporáneo". Todo desde el atril que general su presencia y magnetismo; no es para menos, con toda una vida subida al escenario.
Con esa forma de hablar y esos gestos que recuerdan a los de Albert Plà, no tiene problemas en cortar súbitamente una escena graciosa con grases demoledoras sobre guerras, hambre y muertes injustas. Es un mensaje estudiado, de contrapuntos: lo gracioso, lo triste, lo real, lo disparatado. "No habéis entendido nada, ¿verdad?", no pasa nada, es parte de la broma, de lo moderno y lo intelectual. Y así, tocando y cantando estrofas conocidas, Alba se viste en un antistrip-tease y se marcha entre aplausos, aunque según algunos le falten flecos por perfilar.
Contentos con el resultado del ciclo, tanto en crítica como en respuesta del público, los directores del Teatro Pradillo esperan repetir en próximas ocasiones. Bravo por la iniciativa y por el éxito recogido en esta apuesta. Es un buen paso para que el circo siga extendiéndose por estos lares.
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